Es un término, que como poco, despierta nuestro interés y, posiblemente, nuestra imaginación. ¿Quién, en el ámbito de la izquierda, no sueña con un estado en el que la ciudadanía participe activamente, promueva y desarrolle proyectos para conseguir mejoras colectivas?
Uno humildemente cree que aun es posible potenciar el asociacionismo, que las personas puedan, en función de sus preferencias, intereses y voluntad agruparse para trabajar por la conquista de estos. Uno cree que todo este esfuerzo puede desembocar en una red tupida de organizaciones sociales, de todo tipo, que señalen a las fuerzas parlamentarias (no hay que olvidar que han sido elegidos/as por ellos/as) el contenido de la leyes que les han de gobernar.
Es lo que uno cree.
Ahora bien, ¿es esa la participación ciudadana que tenemos? o por lo menos ¿es la participación a la que nos encaminamos? Pues no, nada más lejos. No veo ningún interés en nuestras fuerzas parlamentarias (las de izquierda) por una sincera colaboración con el movimiento asociativo.
Recorrer las calles en un autobús pidiendo la opinión a los transeúntes sobre el adoquinado de la ciudad o la intensidad del chorrito de una fuente, es como poco una solemne tomadura de pelo. Los ciudadanos nos hemos dotado de técnicos, a los que pagamos no poco, para que desarrollen nuestras solicitudes y no se nos puede pedir conocimientos en cada actuación. Lo que es importante es que sea la ciudadanía la que señale las necesidades, la que marque las prioridades y que aquellos que han sido elegidos por nosotros/as las lleven a cabo.
Es por eso necesario un cambio de actitud en nuestras fuerzas parlamentarias. El movimiento asociativo debe dar las órdenes y ellas recogerlas y llevarlas a término. No al revés. Es preciso llegar a convenios con las asociaciones que permitan su crecimiento e implantación en la sociedad y no, como hasta ahora, con subvenciones puntuales que únicamente favorecen el clientelismo.
Hoy, hasta los más progresistas en el gobierno de la Generalitat, de los ayuntamientos, creen que es suficiente, para garantizar la participación ciudadana, el ofrecimiento de un puesto a las asociaciones en cualquier consejo consultivo (por supuesto no ejecutivo) y aun les parece mucho y para que no se les desmanden hasta lo eligen de aquellas asociaciones de su palo, que han hecho crecer a fuerza de subvenciones.
No creen en las posibilidades reales del movimiento asociativo, no apuestan por su implantación como garantía de los avances democráticos en los derechos colectivos.
Los partidos de izquierda no deberían ser una casta de dirigentes ilustrados que saben lo que nos conviene, muy al contrario, deberían ser los representantes de un potente movimiento asociativo y si éste no existe hoy, esa debería ser su primera tarea de gobierno. Esa es la Participación Ciudadana real. Lo demás es folclore y demagogia.
3 comentarios:
Estoy muy de acuerdo contigo. Hace años, parecía que Izquierda Unida iba a ser ese puente entre las asociaciones de la ciudadanía y la política profesional. Parece ser que habrá que inventar otros caminos.
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