No hace falta ser médico ni enfermero para saber lo que significa tocar y hurgar en una herida. Duele, duele mucho. Lo suficiente para hacerlo con las manos limpias y siempre con el ánimo de sanarla, de cerrarla. Si además se logra enseñar a otros como se curan estas dolencias mucho mejor. No digo ya si se dictamina cual fue la enfermedad que produjo la herida y se puede hacer profilaxis. La hostia.
Pero por que será que temo que se va ha hacer sangrar la llaga sin tener ni remota idea de cómo sanarla, es más, mucho me temo que sin el menor interés en la curación.
Toda esta metáfora sanitaria no hace más que hablar de la ya famosa intervención del Sr. Juez Garzón en el mundo, ahora mediático, de la memoria histórica. Por formación humana tiendo a dar un margen de crédito a los bienintencionados pero hace tiempo que deje de creer en el súper juez, al que le salen bien todos los casos en los que se cerca la libertad, eso sí sujeto a la ley, pero falla estrepitosamente en la mayoría de aquellos otros asuntos en los que se persigue a los asesinos empedernidos, pero respetuosos con la “legalidad” y que por ello quedan, únicamente, sobresaltados los pobrecitos.
En cualquier caso, Sr. Garzón, y por que los que no nacimos ayer sabemos lo difícil de ciertas misiones, voy ha hacer con Vd., de nuevo, un ejercicio de credulidad. Le voy a animar a seguir por el camino trazado. Dé, Vd., la oportunidad de ser oídos a todos aquellos que aun buscan a los muertos de la “cruzada”, recoja los nombres, uno en cada línea, pensando que detrás de cada uno de ellos habían hombres y mujeres, jóvenes y mayores, que eran gente enamorada de la vida y que por eso defendían la libertad, que tenían ilusiones. Vea, en cada línea, lo que podían haber ofrecido a nuestro país, imagine sus sueños, su trabajo. Véalos cantando, bailando, pariendo.
Cuando adivine la dimensión de la tragedia, hable con sus madres y padres, si aun viven, hable con sus hijos, con sus hermanos. Díganos a todos que fue un crimen contra la humanidad, que los muertos merecen nuestro respeto y reconocimiento, que las familias pueden pasar a recoger sus restos y, de una puta vez, llorarles abrazando lo que de ellos quede. Díganos que es posible que haya recuperado todos sus nombres, que los juzgados de todo el país se han quedado sin papel, que el sumario ocupa habitaciones enteras, salones, explanadas. Y esté seguro de que le creeremos.
Cuando todo esto esté ante sus ojos, dígame si llora y sabré si existe una posibilidad de justicia, de la justicia real, esa que a veces no se sustenta con las leyes dictadas por los lacayos, cuando no por los propios verdugos. Inste a la creación de tribunales especializados en limpiar los nombres emborronados, a la creación de departamentos forenses que nos digan quien, de ese amasijo de huesos, era nuestra madre, nuestro tío, el abuelo. Preocúpese de ayudar a aquellos que luchan por localizar a nuestros muertos, levante una Causa General pues será la causa de todos y de todas.
Un último favor, cuando hable Vd. de sus muertes no use las palabras ejecutados, inmolados, desaparecidos. Vd. sabe que hablamos de asesinatos.
Pero por que será que temo que se va ha hacer sangrar la llaga sin tener ni remota idea de cómo sanarla, es más, mucho me temo que sin el menor interés en la curación.
Toda esta metáfora sanitaria no hace más que hablar de la ya famosa intervención del Sr. Juez Garzón en el mundo, ahora mediático, de la memoria histórica. Por formación humana tiendo a dar un margen de crédito a los bienintencionados pero hace tiempo que deje de creer en el súper juez, al que le salen bien todos los casos en los que se cerca la libertad, eso sí sujeto a la ley, pero falla estrepitosamente en la mayoría de aquellos otros asuntos en los que se persigue a los asesinos empedernidos, pero respetuosos con la “legalidad” y que por ello quedan, únicamente, sobresaltados los pobrecitos.
En cualquier caso, Sr. Garzón, y por que los que no nacimos ayer sabemos lo difícil de ciertas misiones, voy ha hacer con Vd., de nuevo, un ejercicio de credulidad. Le voy a animar a seguir por el camino trazado. Dé, Vd., la oportunidad de ser oídos a todos aquellos que aun buscan a los muertos de la “cruzada”, recoja los nombres, uno en cada línea, pensando que detrás de cada uno de ellos habían hombres y mujeres, jóvenes y mayores, que eran gente enamorada de la vida y que por eso defendían la libertad, que tenían ilusiones. Vea, en cada línea, lo que podían haber ofrecido a nuestro país, imagine sus sueños, su trabajo. Véalos cantando, bailando, pariendo.
Cuando adivine la dimensión de la tragedia, hable con sus madres y padres, si aun viven, hable con sus hijos, con sus hermanos. Díganos a todos que fue un crimen contra la humanidad, que los muertos merecen nuestro respeto y reconocimiento, que las familias pueden pasar a recoger sus restos y, de una puta vez, llorarles abrazando lo que de ellos quede. Díganos que es posible que haya recuperado todos sus nombres, que los juzgados de todo el país se han quedado sin papel, que el sumario ocupa habitaciones enteras, salones, explanadas. Y esté seguro de que le creeremos.
Cuando todo esto esté ante sus ojos, dígame si llora y sabré si existe una posibilidad de justicia, de la justicia real, esa que a veces no se sustenta con las leyes dictadas por los lacayos, cuando no por los propios verdugos. Inste a la creación de tribunales especializados en limpiar los nombres emborronados, a la creación de departamentos forenses que nos digan quien, de ese amasijo de huesos, era nuestra madre, nuestro tío, el abuelo. Preocúpese de ayudar a aquellos que luchan por localizar a nuestros muertos, levante una Causa General pues será la causa de todos y de todas.
Un último favor, cuando hable Vd. de sus muertes no use las palabras ejecutados, inmolados, desaparecidos. Vd. sabe que hablamos de asesinatos.
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