Juan, en ese momento anuncia que la acequia y las tuberías tendrán que esperar ya que lo importante era la negociación sobre las tres peticiones. Se levantan murmullos considerables en la sala y no es por la acequia ni por las tuberías ya que las gentes se preguntan como es posible negociar las tres peticiones innegociables .
El rostro de Juan adquiere tintes rojizos y para evitar discusiones, utiliza viejos trucos, su voz cambia, se hace más grave y autoritaria, su mirada se dirige a los que mejor conoce para hacerles saber que toma nota de sus actitudes y atemorizarlos un tanto.
Solemnemente anuncia los términos del acuerdo sobre los puntos innegociables:
“Amigos y compañeros, ha sido arduo pero finalmente creo que hemos conseguido el mejor acuerdo que se puede establecer. Como os confirmará mi amigo el perito agrónomo que me acompaña. Por partes, sobre el punto uno: las semillas. Se habían solicitado 2 toneladas, sin embargo nos han explicado y hemos podido comprobar, que el cultivo está en franco retroceso dado los avances científico técnicos y las condiciones de producción de otros pueblos por lo que finalmente hemos acordado la entrega de 300 kilos para cultivar la ribera del río ya que dará un aspecto muy bucólico al pueblo, el resto de tierras quedarán en parada ecológica lo cual aun nos dará más prestigio en la comarca.
El tema del abono, por tanto, se minimiza bastante y lo hemos resuelto brillantemente ligándolo con la tercera posición ya que en vez de los tractores -que afean y contaminan el paisaje de nuestro bello lugar- se nos ha concedido, en el momento en que hagamos entrega de nuestra cosecha, tres mulas jóvenes que además de arar abonarán de forma natural la siembra y no os lo perdáis, hemos conseguido 150 kilos de pienso para los animales, lo cual significa un ahorro del 20 % en su alimentación.”
En la sala de plenos reina el estupor.
Los rostros de los campesinos pasan del verde macilento al rojo más encendido y comienzan a objetar de forma destemplada.
Hace entonces su intervención el perito de la capital, dando una total cobertura a los acuerdos que se han establecido.
Los gritos arrecian y se comienzan a perder las formas. Juan, desde la tarima, pide silencio e indignado les comenta que ya pueden ponerse como quieran pero que el acuerdo está firmado y girándose para unos labriegos que se encuentran en primera fila le espeta que todos ellos les deben favores y que lo mejor que pueden hacer es irse en este momento de la asamblea y que hablará más tarde con ellos.
Al resto les recuerda que son un pequeño pueblo en una extensa provincia y que tienen la fuerza que tienen. Dicho esto, cierra la asamblea insistiendo en las bondades del trato y que los que indican lo contrario lo hacen por antipatía personal o envidia de su cargo.
Los labriegos abandonan la sala y ya en la calle uno le pregunta a otro:
- ¿Qué podemos hacer?
A lo que su interlocutor contesta:
- ¿Cómo que qué podemos hacer? Lo que hemos hecho siempre, seguir luchando y seguir arando.